No es la primera vez que la Reina, en los últimos tiempos, se desmarca de quienes la rodean, actúa según su propio criterio y causa una gran sorpresa entre la opinión pública. Por ejemplo, en recepciones palaciegas y demás, la hemos visto brindar pero sin beber un solo sorbo de la copa.
En esta ocasión, y no es la única, no se ha persignado –ni siquiera santiguado– antes de la lectura del evangelio en la catedral compostelana el día de la celebración de Santiago Apóstol. Pero quizá sí sea una de las pocas ocasiones en que las cámaras han enfocado a la familia real en ese preciso momento, por lo que el gesto –o, más bien, la ausencia de él– ha quedado plenamente en evidencia.
Las reacciones en las redes sociales y medios digitales no se han hecho esperar y hay quienes la critican y quienes la aplauden. Si partimos de la base de que, en principio, era una mujer atea (recordemos que se casó por lo civil anteriormente), no resultaría extraño que no participase activamente en los ritos religiosos. El problema, para quienes censuran su actitud de ayer, reside en que Letizia se casó por la iglesia católica con su actual marido y que se trata, nada menos, que del Rey de España que, para más inri, ostenta desde tiempos de los Reyes Católicos el título de “Su Católica Majestad”.
Quizá Letizia, que en los tiempos de noviazgo con el
príncipe Felipe y primeros años de matrimonio sí parecía haber acogido de buen
grado y reproducía estas tradiciones cristianas, considere ahora que el apego
al catolicismo aleja a la familia real de una parte de la sociedad y solo pretenda
congraciarse con el ala laicista de la ciudadanía. O quizá nunca vio la luz,
que es lo que nos dijeron hace ya casi 20 años, y simplemente estaba
apechugando para no poner la nota discordante en palacio.
Sea como fuere, Su Majestad debería tener en cuenta que a quienes
ansían ver abolida la monarquía en este país no les va a conquistar con su
apuesta por las modernidades en el vestir, un comportamiento tendente a
alejarse de lo tradicional y su particular concepto de cercanía al pueblo. Es
más, con estas actitudes lo único que puede granjearse es la antipatía de buena
parte del sector conservador de la sociedad, aquel que aún apuntala a Felipe VI
en la jefatura del Estado. Si se enemistan con los monárquicos, ¿a quiénes
piensan echar mano cuando las sacudidas del trono sean todavía más virulentas
de lo que ya son? Muchos de esos que ahora la aplauden desde el otro lado no
dudarán en hacer lo que esté en su mano para librarse de Letizia, del Rey y de
sus hijas.
Al Rey lo sostiene la Constitución, sí, pero también la
buena disposición del pueblo hacia su persona y lo que representa. Le sería muy
difícil reinar en medio de un rechazo feroz de la mayor parte de la sociedad. Y
me atrevo a vaticinar que Leonor aún lo va a tener más complicado.
Dicho de otra manera: si no lo hace por usted misma y por
su marido, hágalo por su hija mayor, más necesitada de aliados que de falsos aplausos
tras los cuales se ocultan las sonrisas de quienes, en actitudes como la de ayer, solo ven aproximarse a mayor velocidad su anhelada III República.
¿Fue necesario aprobar un examen para ser Reina Consorte? ¿Sólo el amor era suficiente para coger las llaves de Palacio? Ambas respuestas llevan a que está obligada a respetar la institución que nunca ha sido aconfesional. Una Monarquía Española que no sea nítidamente católica no tiene sentido. Lo de Su Majestad carece de coherencia en los gestos tan necesaria en una sociedad de la comunicación, casi como le quiere poner la trompa del elefante a un gato por ser brutos. O es católica practicante o no sé qué pintó ahí, ya lleva bastantes años. España es mucho más que lo que deja ver en sus omisiones.
ResponderEliminarSiendo conocidamente atea y no habiendo testimonios de su conversión, lo fundamental no es que se santigüe, sino que atienda al acto de forma digna y respetuosa con los fieles asistentes y conforme a su condición de reina, lo que evidentemente hizo.
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